¿Qué para qué me sirve Twitter?
Sólo por haber sido el medio por el que he descubierto “El infinito en un junco” ya ha merecido la pena su uso.
Se repetían los tuits que recomendaban su lectura. Sentí curiosidad y seguí buscando información.
“El infinito en un junco”, de Irene Vallejo, había recibido importantes premios:
Premio “El ojo crítico de narrativa”.
Premio “Las librerías recomiendan” (en la categoría no ficción).
Premio “Buho” al mejor libro de la Asociación Aragonesa Amigos del libro”.
Premio de “Literatura Histórica Hislibris” en la categoría de mejor obra de no ficción …
Pero, fundamentalmente, me llamó la atención que se encontraba, en ese momento, en la 21ª edición, con más de 125.000 ejemplares vendidos.
¿Un ensayo en España con una venta de 125.000 ejemplares? ¿Qué tenía El infinito en un junco?
Necesitaba descubrirlo y me hice con él.
El infinito en un junco podría leerse de un tirón porque su relato te engancha.
Pero yo lo he leído muy lentamente, sin prisas, saboreando cada párrafo y buscando, a menudo, información adicional.
Ya en el prólogo descubro que estoy leyendo un ensayo que es en realidad una historia de amor.
Una historia de amor a los libros.
Y esta historia me ha cautivado.
El infinito en el junco me ha hecho valorar y querer más a mis propios mis libros. Mi biblioteca personal ha salido muy reforzada.
He deseado descubrir libros nuevos y releer otros que ya me han hecho disfrutar anteriormente.
Ha sido apasionante la descripción de la invención de los libros en el mundo antiguo. La historia de los libros.
Nunca había reflexionado antes sobre la transmisión oral de los relatos en la época anterior a la escritura. Ni siquiera me lo había planteado.
La conservación de estos relatos por el recuerdo de las personas y la transmisión oral a otras personas me han devuelto a la niñez, a los cuentos que mi madre me contaba de pequeño, que probablemente eran los mismos que ella había recibido de mi abuela.
Nunca había pensado en la fragilidad de los papiros que contenían los primeros libros. Ni en el trabajo inmenso que contenían.
El infinito en un junco me ha hecho admirar a los autores antiguos que comenzaron a plasmar por escrito los relatos que conocían o a inventar otros nuevos. A los escribas que hacían la función de imprentas humanas. Y a los bibliotecarios de tiempos remotos, tan cercanos aún en la historia del mundo, que vivían para conservar y proteger estos tesoros.
El infinito en el junco te alegra el alma
Y con los tiempos que corren esto es ya un gran premio para el lector.
Necesitamos alegrarnos el alma porque la tristeza, el agobio y la incertidumbre merodean entre nosotros.
El infinito en el junco nos recuerda que los libros están entre nosotros para mejorarnos la vida.
Siempre me ha gustado regalar libros, pero, a partir de ahora, será mi único regalo.
Siempre será un regalo seguro. Sobre todo, si ya lo hemos saboreado y se lo estamos entregando a una persona querida.
Nos lo dice Irene: “Cuando unas páginas nos conmuevan, un ser querido será el primero a quien hablaremos de ellas. Al regalar una novela o un poemario a alguien que nos importa, sabemos que su opinión sobre el texto se reflejará sobre nosotros”.
Y más adelante nos recalca: “A pesar del empuje de la mercadotecnia, los blogs y las críticas, las cosas más bellas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido -o a un librero convertido en amigo-. Los libros nos siguen uniendo y anudando de una forma misteriosa”.
Después de “El infinito en un junco” leeré por disfrutar, por aprender, para animarme y para alegrarme, pero también para poder recomendar y regalar con criterio.
¿Se han quedado antiguos los libros?
En muchas ocasiones he pensado que el libro no tenía futuro porque estaba perdiendo el presente.
Tras el infinito en un junco este pensamiento ha cambiado radicalmente.
Irene Vallejo nos lo explica perfectamente:
“Hace tiempo que los catastrofistas nos lo advierten con los peores augurios: los libros son una especie en peligro de extinción y en algún momento del futuro próximo desaparecerán devorados por la competencia de otras formas más perezosas de ocio y la inspección caníbal de internet …”
“… Pero los historiadores y antropólogos nos recuerdan que, en las aguas profundas, los cambios son lentos”.
“… Cuantos más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes”.
Este párrafo del infinito es definitivo:
«Si el poeta Marcial (de la antigua Roma, esto lo aclaro yo) pudiese agenciarse una máquina del tiempo y visitar esta tarde mi casa, encontraría muy pocos objetos conocidos».
«Le asombrarían los ascensores, el timbre de la puerta, el router, los cristales de las ventanas, el frigorífico, las bombillas, el microondas, las fotografías, los enchufes, el ventilador, la caldera, la cadena del váter, las cremalleras, los tenedores y el abrelatas. Se asustaría al escuchar el silbido de la olla exprés y daría un respingo cuando empezasen las embestidas de la lavadora. Alarmado, buscaría dónde se esconden las personas que hablan desde la radio…»
«… Pero entre mis libros se sentiría cómodo. Los reconocería. Sabría sujetarlos, abrirlos, pasar las páginas. Seguirían el surco de la línea con el dedo índice. Sentiría alivio -algo queda de su mundo entre nosotros-«.
Pues no, los libros no se han quedado antiguos, siguen siendo la forma más completa (y aún moderna) de recibir de los demás historias, cuentos, relatos y descubrimientos. Además, nos permiten recibir estas historias haciendo trabajar nuestra imaginación.
En su más reciente columna publicada en el diario El País el pasado 28 de marzo («En el desfiladero helado«), Irene Vallejo se acerca al mundo de la Psiquiatría.
Todos estamos en esta época en el entorno cercano de la Psiquiatría.
Busca Irene la relación entre el cuerpo y la realidad donde habita. Describe el padecimiento de contracturas físicas y mentales.
Nos muestra las raíces antiguas de las palabras “angustia”, que significaba en latín “desfiladero, lugar estrecho, abismo” y “estrés”, que procede de strictus, en el sentido de “estricto, apretado, estreñido”.
Y nos define la ansiedad como “una habitación estrecha”.
A mí me gusta explicar siempre a los pacientes el sentido de su enfermedad, de su padecimiento, con palabras y frases que puedan comprender.
La descripción de la “ansiedad como habitación estrecha” me la guardo para usarla en estas explicaciones que los pacientes entienden bien.
Los psiquiatras tenemos mala fama porque parece que nuestro único recurso para la terapia es la farmacología, la utilización de medicinas.
Yo intento y procuro realizar un tratamiento integral.
Tratamiento significa trato y tratar a las personas es mucho más que mandarles unas pastillas.
Hay que escuchar y comprender.
Tenemos que tratar para conseguir que los pacientes puedan salir de esa habitación estrecha en la que están inmersos.
La lectura es sin duda uno de estos mecanismos ensanchadores del alma y “El infinito en un junco” va a ser un material terapéutico que, con certeza, voy a utilizar a menudo.
Para casi finalizar quiero destacar la dedicatoria que hace Irene Vallejo en el infinito en un junco: “A mi madre, mano firme de algodón”.
Mi recuerdo también para todas las madres, los padres, los maestros y los amigos que en algún momento han influido en nuestro amor por los libros.
Pero quiero hacer también una “contra dedicatoria” dirigida a esos compañeros de colegio de Irene Vallejo que probablemente presuman hoy de haber coincidido en clase con una persona tan famosa.
A esos compañeros responsables de la “humillación cotidiana” y de la obligación del silencio (“lo peor fue el silencio”).
A esos compañeros de tantos chavales anónimos que, entre todos, debemos desenmascarar para que nunca más haya personas que sufran de esta forma en su infancia y su adolescencia, bajo el amparo de ese diagnóstico erróneo del problema: “cosas de niños”.
A esos compañeros que probablemente nunca sabrán que son los protagonistas de la parte más dramática de un libro maravilloso y positivo como es “El infinito en un junco”. No lo sabrán porque Irene lo ha reflejado en la página 242, a una altura del libro a la que estos “personajes” nunca serán capaces de llegar leyendo.
Y ahora sí, ha llegado ya el momento de ponernos a leer.
El que no haya leído «El infinito en un junco» ya puede empezar a disfrutarlo.
Los demás tenemos todos los libros por delante.